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  Caminos que no conducen a Roma
  Vélez de Benaudalla. Marzo 2016.

En el silencio de la noche, en el eco de la madrugada, cuando la débil luz de las estrellas es, si acaso, una caricia lejana, es posible que descubras que no todos los caminos conducen a Roma, porque hay caminos que no conducen a ninguna parte. Son caminos, en dónde hacinados, miles y miles de refugiados, de migrantes deambulan penosamente a la deriva, porque los últimos responsables de las políticas europeas les niegan el pan y la sal y los condenan a ir de frontera a frontera, de norte a sur o de sur a norte, sin más horizonte que el legítimo derecho de seguir vivos.




En esta semana de pasión resulta imposible no alzar la voz para denunciar la pavorosa injusticia que padecen estos seres humanos. Es vergonzoso, lamentable, indecente, el tratado de la Unión Europea que blinda sus fronteras y excluye de manera descarada a quienes sufren el drama de huir de la guerra, de la pobreza.

Vergüenza, indignación, lamento… son algunas palabras que me vienen a los labios al contemplar las imágenes que ofrecen la televisión de hombres, mujeres, niños, dejados a su suerte, abandonados en mitad de la noche, del frío, del barro, o devueltos a sus países de origen como mera mercancía, simplemente porque se les considera un problema, un estorbo, incluso una amenaza, sobre todo una amenaza. No cabe mayor cinismo en una ley tan injusta, inhumana, tan clamorosamente excluyente y xenófoba.

Por eso alzo la voz junto a las muchas voces que denuncian el intolerable desprecio que padecen nuestros hermanos refugiados, emigrantes… No podemos mirar para otro lado ni encogernos de hombros. Recemos por ellos, tengámoslos muy presentes. Contemplemos su humanidad herida, reflexionemos…

Ellos son Cristo crucificado. Hagamos lo posible e imposible para aliviarles el peso de su desmedida cruz. Hagamos de Simón de Cirene. Que nuestras conciencias sacudidas no nos dejen dormir en paz mientras un solo inocente permanezca desvalido en los lodos de tantos caminos, que ya no conducen, desgraciadamente a Roma, sino al acero frío de una gigantesca y cruel alambrada.

Que los refugiados, emigrantes, aviven nuestra misericordia, que reciban la acogida y el abrazo que la vieja Europa ahora les niega.

Que la Semana Santa sea propicia a nuestra conversión.

Desde Vélez de Benaudalla, Paco Bautista, sma.